[...]¿De quién huyes? Por el hado, esto es lo último que decirte puedo.»
Con tales palabras Eneas trataba de calmar el alma
ardiente de torva mirada, y lágrimas vertía.
Ella, los ojos clavados en el suelo, seguía de espaldas
sin que más mueva su rostro el discurso emprendido
que si fuera de duro pedernal o de roca marpesia.
Se marchó por fin y hostil se refugió
en el umbroso bosque donde su esposo primero, Siqueo,
comparte sus cuitas y su amor iguala.[...]
Eneida,Virgilio
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