jueves, 26 de enero de 2012


Crevel desconfía y lo comprendo. Entre la Maga y yo crece un cañaveral de palabras, apenas nos separan unas horas y unas cuadras y ya mi pena se llama pena, mi amor se llama mi amor... Cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso, adelantándose solapados a la cosa en sí, al presente puro, entristeciéndonos o aleccionándonos vicariamente hasta que el propio ser se vuelve vicario, la cara que mira hacia atrás abre grandes los ojos, la verdadera cara se borra poco a poco como en las viejas fotos y Jano es de golpe cualquiera de nosotros. Todo esto se lo voy diciendo a Crevel pero es con la Maga que hablo, ahora que estamos tan lejos. Y no le hablo con las palabras que sólo han servido para no entendernos, ahora que ya es tarde empiezo a elegir otras, las de ella, las envueltas en eso que ella comprende y que no tiene nombre, auras y tensiones que crispan el aire entre dos cuerpos y llenan de polvo de oro una habitación o un verso. ¿Pero no hemos vivido así todo el tiempo, lacerándonos dulcemente? No, no hemos vivido así, ella hubiera querido pero una vez más yo volví a sentar el falso orden que disimula el caos, a fingir que me entregaba a una vida profunda de la que sólo tocaba el agua terrible con la punta de pie. Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impulso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es un orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en perjuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, dejame entrar, dejame ver algún día cómo ven tus ojos.

Inútil. Condenado a ser absuelto. Vuélvase a casa y lea Spinoza. La Maga no sabe quién es Spinoza. La Maga lee interminables novelas de rusos y alemanes y Pérez Galdós y las olvida enseguida. Nunca sospechará que me condena a leer a Spinoza. Juez inaudito, juez por sus manos, por su carrera en plena calle, juez por sólo mirarme y dejarme desnudo, juez por tonta e infeliz y desconcertada y roma y menos que nada. Por todo eso que sé desde mi amargo saber, con mi podrido rasero de universitario y hombre esclarecido, por todo eso, juez. Dejate caer, golondrina, con esas filosas tijeras que recortan el cielo de Saint-Germain-des-Prés, arrancá estos ojos que miran sin ver, estoy condenado sin apelación, pronto a ese cadalso azul al que me izan las manos de la mujer cuidando a su hijo, pronto la pena, pronto el orden mentido de estar solo y recobrar la suficiencia, la egociencia, la conciencia. Y con tanta ciencia una inútil ansia de tener lástima de algo, de que llueva aquí dentro, de que por fin empiece a llover, a oler a tierra, a cosas vivas, sí, por fin a cosas vivas.

Cap 21, Rayuela

martes, 24 de enero de 2012

¿Quién ve los suspiros en las fotos?

Lo malo es que sentir no es propiedad de la razón, lo malo es perseguir tan sólo pompas de jabón, y para qué olvidar si olvidar es saber cúando estaremos listos para afrontar otro fracaso.





Marwan.

lunes, 9 de enero de 2012



Una melancolía hiriente me retenía de la cintura, y tú en silencio me dejaste en mitad de la calle, privándome a entrar en tu mundo de los peces colgados del aire.

miércoles, 4 de enero de 2012

Bienvenido





Dos mil doce, ya empezamos mal porque no me gustan los números pares, pero aún así, démosle una oportunidad. ¿Qué propósitos tengo para este año? Todos y ninguno. No soy de ese amplio grupo que se promete a sí mismo ir al gimnasio porque soy de ese escaso porcentaje que se lo toma en serio y va, ya lo dicen los clásicos, mens sana in corpore sano, y dado que la mens no anda demasiado bien, me gusta meterle caña al corpore y os digo que ayuda. Tampoco puedo jurar y perjurar que dejaré de fumar, porque directamente no fumo. Así que dadas las circunstancias podría proponerme algo tan sencillo como complejo: vivir, o mejor dicho, vivir la vida que quiero vivir. Parece fácil, ¿no? Tienes un objetivo, sabes cómo conseguirlo y lo cumples, como mi hora de deporte diario, o como acostarse con alguien cuando no quieres pensar en nada más y necesitas un chute de eso que llaman endorfinas y que últimamente parece que me suele faltar. Así que aquí estoy, estrenando la primera semana del año intentando engañarme a mí misma y encontrando atajos para concienciarme de que sí, sí que puedo conseguirlo. La pregunta es: ¿qué vida quiero vivir? Nunca fui ambiciosa, la verdad, nunca esperé ser la chica popular del instituto o ser la preferida del profesor en la facultad, siempre me gustó estar contenta con lo que tengo a mi alrededor y aunque suene a tópico suelo ser feliz con poco. La vida que quiero vivir no es otra que una vida con ilusión, sí, ilusión y fuerza para conseguir lo que me proponga. No pido amor, solo no echar de menos y poder escuchar la canción más triste del mundo sin tener que recordar a alguien que, muy probablemente, haya decidido resetearme en su vida justo después del discurso protocolario que suena hasta ridículo y que para quitarle drama al asunto me gusta parodiar. No quiero más decepciones, ni vacios ni más insomnio…intento ver lo bueno de todo esto pero no encuentro qué puede haber de bueno en sentir esta melancolía crónica. Y si es verdad que se acaba el mundo este año, que nos pille bailando. Feliz 2012.