lunes, 12 de noviembre de 2012


(…) un rastro de rímel bajaba por su mejilla formando una pista negra.
Él la cogió de la mano y la atrajo hacia sí.
-¿Quieres que dejemos de vernos? Lo comprendería, ya sabes.
Ella se estiró y volvió la mirada. ¿Acaso le daría igual que no nos viésemos más? Soy superflua. Vamos tío, vamos, mátame, hunde más el chuchillo en la herida, todavía respiro. Odio a los hombres, me odio por necesitarlos, odio los sentimientos, me gustaría ser una mujer biónica que dé patadas cuando quieran besarla y no deje que nadie se le acerque.
Se sorbió los mocos, la mirada esquiva, el cuerpo como una marioneta.
-No quiero hacerte infeliz- dijo él- . Pero tampoco quiero que creas que…
-¡Basta!- gritó ella tapándose las orejas con las manos-. ¡Sois todos iguales! Ya estoy harta de ser amiguita. ¡Quiero que me quieran!
- Dottie…
- ¡Estoy harta de estar sola! Quiero frases de Sacha Guitry, ¡yo me arrancaría las pestañas una por una y te las enviaría envueltas en papel de seda! ¡No me haría la difícil!
- Lo comprendo muy bien…Lo siento.
- ¡Déjalo, Philippe, déjalo o te voy a matar!
Dicen que un hombre se siente impotente ante las lágrimas de una mujer. Philippe veía llorar a Dottie, extrañado. Teníamos un contrato, pensaba como el cortés hombre de negocios que era, no hago más que recordarle los términos.
-Suénate- dijo cogiendo un kleenex.
-¡Eso! ¡Para arruinar mi maquillaje de Yves Saint Laurent que cuesta un ojo de la cara!
Él hizo una bola con el pañuelo y lo tiró.
Estallaba la anunciada tormenta, el rímel chorreaba sobre las mejillas marcadas de negro y beige. Él miró el reloj. Iban con retraso.
-¡Sois todos iguales! ¡Unos cobardes! ¡Unos cabrones cobardes! ¡Eso es lo que sois! ¡No os libráis ninguno!
Rugía como si se enfrentase a todos los hombres que habían abusado de ella, se habían echado encima de ella una noche y se habían despedido con un SMS.
¿Por qué, si tienes una idea tan pésima de los hombres, pareces extrañada?, pensó Philippe. ¿Por qué sigues teniendo esperanzas? Debería ser lo contrario: yo les conozco bien, sé que no se debe esperar nada de ellos. Los uso y los tiro. Ya que no alcanzan el espesor de un kleenex.
Permanecieron silenciosos, cada uno emboscado en sus preguntas, su soledad, su cólera. Quiero una piel contra la que frotarme, pero una piel que me hable y me ame, rumiaba Dottie. (…)
Los fantasmas a los que se dirigían no respondían y se encontraron frente a frente, incómodos, cada uno, por un amor que no se podían intercambiar.
Dottie lanzó una última queja antes de tirarse a la cama, en medio de sus pequeños cojines WON’T YOU BE MY SWEETHEART? I’M SO LONELY  que ella lanzó por toda la habitación como una violenta borrasca. Ya nunca sería más la querida de un hombre. Había terminado con ellos. Sería como Marilyn: "I’M THROUGH WITH LOVE…".
-¡Vete! ¡Mejor para mí! – gritó una última vez  volviéndose  hacia la puerta.
Se levantó titubeando, introdujo el DVD de Con faldas y a lo loco en el lector y se enrolló entre las mantas. Al menos, esa historia acababa bien. En el último minuto, cuando todo parecía perdido, cuando Marilyn, envuelta en una fina muselina, lloraba su canción sobre el escenario, Tony Curtis se lanzaba sobre ella, la besaba y se la llevaba.
¿En el último minuto? Un brillo de esperanza la iluminó. Se precipitó hacia la ventana, levantó la persiana, escrutó la calle.
Y se insultó. 

 
El vals lento de las tortugas. Katherine Pancol.


jueves, 8 de noviembre de 2012

Se me para el tiempo y lo que era caricia se vuelve condena. Vaivén de memoria, la vida era un cambio de mar, una ola, un frío de enero, subirme la falda, salitre en el pelo. Cambiaron los vientos y se me hizo rutina el dolor, la mentira, los pies sin el suelo, la piel sin el tacto, abismo al destierro. Andrés Suárez.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Pues sí...¡Soy tonta y eso no es nada nuevo!,suspiró, garabateando en su hoja de cuentas. Lo veo todo, lo siento todo, capto miles de detalles como astillas que me despellejan viva. Miles de detalles que a otros no les afectan porque tienen la piel de cocodrilo. Los ojos amarillos de los cocodrilos. Katherine Pancol.

domingo, 14 de octubre de 2012

Como ve, todos tenemos en nuestro interior los elementos necesarios para producir fósforo. Es más, déjeme decirle algo que a nadie le he confiado. Mi abuela tenía una teoría muy interesante, decía que si bien todos nacemos con una caja de cerillos en nuestro interior, no los podemos encender solos, necesitamos como en el experimento, oxígeno y la ayuda de una vela. Sólo que en este caso el oxígeno tiene que provenir, por ejemplo, del aliento de la persona amada; la vela puede ser cualquier tipo de alimento, música, caricia, palabra o sonido que haga disparar el detonador y así encender uno de los cerillos. Por un momento nos sentiremos deslumbrados por una intensa emoción. Se producirá en nuestro interior un agradable calor que irá desapareciendo poco a poco conforme pase el tiempo, hasta que venga una nueva explosión a reavivarlo. Cada persona tiene que descubrir cuáles son sus detonadores para poder vivir, pues la combustión que se produce al encenderse uno de ellos es lo que nutre de energía al alma. En otras palabras, esta combustión es su alimento. Si uno no descubre a tiempo cuáles son sus propios detonadores, la caja de cerillos se humedece y ya nunca podremos encender un solo fósforo. >> Si eso llega a pasar el alma huye de nuestro cuerpo, camina errante por las tinieblas más profundas tratando vanamente de encontrar alimento por sí misma, ignorante de que sólo el cuerpo que ha dejado inerme, lleno de frío, es el único que podría dárselo. ¡Qué ciertas eran estas palabras! Si alguien lo sabía era ella. Desgraciadamente, tenía que reconocer que sus cerillos estaban llenos de moho y humedad. Nadie podría volver a encender uno solo. Lo más lamentable era que ella sí conocía cuáles eran sus detonadores, pero cada vez que había logrado encender un fósforo se lo habían apagado inexorablemente. Como agua para chocolate. Laura Esquivel.

domingo, 7 de octubre de 2012

El frío permanecía inamovible. Entonces se puso zapatos de estambre y otras dos cobijas. Nada. Por último, sacó de su costurero una colcha que había empezado a tejer el día en que Pedro le habló de matrimonio. Una colcha como ésta, tejida a gancho, se termina aproximadamente en un año. Justo el tiempo que Pedro y Tita habían dejado pasar antes de contraer nupcias. Decidió darle utilidad al estambre en lugar de desperdiciarlo y rabiosamente tejió y lloró y tejió, hasta que en la madrugada terminó la colcha y se la echó encima. De nada sirvió. Ni esa noche ni muchas otras mientras vivió logró controlar el frío. Como agua para chocolate. Laura Esquivel.

viernes, 5 de octubre de 2012

Sin salida

No sé si estoy aquí o allí, no sé si estaba bien ayer, no sé puede ser que sí. Tengo la misma sensación que cuando llegas al final de un camino estrecho y no hay salida y tienes que volverte marcha atrás y sólo con moverte ya molesta a los demás que no quieren saber que hay al final ni que se lo digas. Tengo la misma sensación que cuando estoy casi dormida que todo me parece bien hasta empezar la pesadilla. No puedo despertarme porque no estoy dormida, no quiero acostumbrarme a estar tan confundida, tendré que acurrucarme y esperar en una esquina a que se haga de día y ya no esté perdida ni esté tan dolorida para reconciliarme con mi vida, quiero recuperar mi vida, quiero recuperarme. Carmen Boza.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Desengaño

Una vez satisfecha su pasión, todo amante experimenta un especial desengaño: se asombra de que el objeto de tantos deseos apasionados no le proporcione más que un placer efímero, seguido de un rápido desencanto. En efecto; ese deseo es a los otros deseos que agitan el corazón del hombre como la especie es al individuo, como el infinito es a lo finito. Sólo la especie se aprovecha de la satisfacción de ese deseo, pero el individuo no tiene conciencia de ello. Todos los sacrificios que se ha impuesto, impulsado por el genio de la especie, han servido para un fin que no es el suyo propio. Por eso todo amante, una vez realizada la grande obra de la Naturaleza, se llama a engaño; porque la ilusión que le hacía victima de la especie se ha desvanecido. Schopenhauer