jueves, 30 de diciembre de 2010

Adiós.

¿Cuántas veces nace o muere un sentimiento a lo largo de un año? ¿Con cuántas emociones somos capaces de vibrar en 365 días? Y adiós…otra vez, ¿cuántas veces decimos adiós? Por esto y por más cosas que no digo, te dedico la última canción de despedida querido 2010.

lunes, 29 de noviembre de 2010

¿Hacia dónde huir cuando no encuentras un lugar?

martes, 14 de septiembre de 2010

Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
-con cuatrocientos cuerpos diferentes-
haber hecho el amor. Que sus misterios
como dijo el poeta son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.



Jaime Gil de Biedma

miércoles, 16 de junio de 2010

¿Qué es en el fondo esa historia de encontrar un reino milenario, un edén, un otro mundo? Todo lo que se escribe en estos tiempos y que vale la pena leer está orientado hacia la nostalgia. Complejo de la Arcadia, retorno al gran útero, back to Adam, le bon sauvage (y van…), Paraíso perdido, perdido por buscarte, yo, sin luz para siempre…
(…)¿Y quedará en él alguien, uno solo, que no sea razonable?
En algún rincón, un vestigio del reino olvidado. En alguna muerte violenta, el castigo por haberse acordado del reino. En alguna risa, en alguna lágrima, la sobrevivencia del reino. En el fondo no parece que el hombre acabe por matar al hombre. Se le va a escapar, le va a agarrar el timón de la maquina electrónica, del cohete sideral, le va a hacer una zancadilla y después que le echen un galgo. Se puede matar todo menos la nostalgia del reino, la llevamos en el color de los ojos, en cada amor, en todo lo que profundamente atormenta y desata y engaña. (…)

Rayuela, capítulo 71

J.C

sábado, 12 de junio de 2010

Fuimos todo eso juntos; solo quedan nuestros ojos a solas en el polvo del tiempo.





J.C

martes, 8 de junio de 2010

Esta noche me dedico este silencio,no quiero palabras ni pensamientos, simplemente



ser

domingo, 25 de abril de 2010

Invictus


Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.




William Earnest Henley.

miércoles, 21 de abril de 2010

Quizá necesite la melancolía para escribir algo.
Quizá necesite recordarte con una canción para echarte de menos.
Quizá...algún día haya tanta luz que me olvide de todo esto.
Es curioso como hay recuerdos que se guardan a presión como las maletas imposibles antes de un viaje. El problema es que un día, tarde o temprano, tienes que abrir la cremallera, o simplemente, se rompe. Y es entonces cuando se esparce todo por la habitación (de la vida) y te pilla por sorpresa, parece imposible volver a meterlo todo, y es entonces cuando piensas…:”no debí meter tanto equipaje…”

martes, 9 de marzo de 2010

Querer, querer, querer
ésa fue mi corona,
ésa es.






Miguel Hernández

martes, 16 de febrero de 2010


Te quitabas la faja de la cintura, te arrancabas las sandalias, tirabas a un rincón tu amplia falda, de algodón, me parece, y te soltabas el nudo que te retenía el pelo en una cola. Tenías la piel erizada y te reías. Estábamos tan próximos que no podíamos vernos, ambos absortos en ese rito urgente, envueltos en el calor y el olor que hacíamos juntos. Me abría paso por tus caminos, mis manos en tu cintura encabritada y las tuyas impacientes. Te deslizabas, me recorrías, me trepabas, me envolvías con tus piernas invencibles, me decías mil veces ven con los labios sobre los míos. En el instante final teníamos un atisbo de completad soledad, cada uno perdido en su quemante abismo, pero pronto resucitábamos desde el otro lado del fuego para descubrirnos abrazados en el desorden de los almohadones, bajo el mosquitero blanco. Yo te apartaba el cabello para mirarte a los ojos. A veces te sentabas a mi lado, con las piernas recogidas y tu chal de seda sobre un hombro, en el silencio de la noche que apenas comenzaba. Así te recuerdo, en calma.

Tú piensas en palabras, para ti el lenguaje es un hilo inagotable que tejes como si la vida se hiciera al contarla. Yo pienso en imágenes congeladas en una fotografía. Sin embargo, ésta no está impresa en una placa, parece dibujada a plumilla, es un recuerdo minucioso y perfecto, de volúmenes suaves y colores cálidos, renacentista, como una intención captada sobre un papel granulado o una tela. Es un momento profético, es toda nuestra existencia, es todo lo vivido y lo por vivir, todas las épocas simultáneas, sin principio ni fin. Desde cierta distancia yo miro ese dibujo, donde también estoy yo. Soy espectador y protagonista. Estoy en la penumbra, velado por la bruma de un cortinaje translúcido. Sé que soy yo, pero yo soy también este que observa desde afuera. Conozco lo que siente el hombre pintado sobre la cama revuelta, en una habitación de vigas oscuras y techos de catedral, donde la escena aparece como el fragmento de una ceremonia antigua. Estoy allí contigo y también aquí, solo, en otro tiempo de la conciencia. En el cuadro la pareja descansa después de hacer el amor, la piel de ambos brilla húmeda. El hombre tiene los ojos cerrados, una mano sobre su pecho y la otra sobre el muslo de ella, en íntima complicidad. Para mí esa visión es recurrente e inmutable, nada cambia, siempre es la misma sonrisa plácida del hombre, la misma languidez de la mujer, los mismos pliegues de las sábanas y rincones sombríos del cuarto, siempre la luz de la lámpara roza los senos y los pómulos de ella en el mismo ángulo y siempre el chal de seda y los cabellos oscuros caen con igual delicadeza.

Cada vez que pienso en ti, así te veo, así nos veo, detenidos para siempre en ese lienzo, invulnerables al deterioro de la mala memoria. Puedo recrearme largamente en la escena, hasta sentir que entro en el espacio del cuadro y ya no soy el que observa, sino el hombre que yace junto a esa mujer. Entonces se rompe la simétrica quietud de la pintura y escucho nuestras voces muy cercanas.

-Cuéntame un cuento–, te digo.
-¿Cómo lo quieres?
-Cuéntame un cuento que no le hayas contado a nadie.



Rolf Carlé

viernes, 5 de febrero de 2010

Que no existen Beatrizes ni divinas comedias

miércoles, 20 de enero de 2010

Canción nº1

No es tan fácil calcular la distancia y dar el salto, columpiarse sin pensar lo que hay debajo.

Y caerse y levantarse tan despacio para recordar que pudo haber sido más largo, que sabiéndolo nos hubiéramos soltado de manos, que no hay intentos demasiado complicados, que no hay besos sin intentos fracasados, que no hay besos sin intentos.

Hoy parece que todo es más grande que pesado, más entretenido que complicado.
¿Vas a pensar si podrás controlar una caída espectacular?





Carlos Siles

lunes, 18 de enero de 2010

FIN.

[...]¿De quién huyes? Por el hado, esto es lo último que decirte puedo.»

Con tales palabras Eneas trataba de calmar el alma

ardiente de torva mirada, y lágrimas vertía.

Ella, los ojos clavados en el suelo, seguía de espaldas

sin que más mueva su rostro el discurso emprendido

que si fuera de duro pedernal o de roca marpesia.

Se marchó por fin y hostil se refugió

en el umbroso bosque donde su esposo primero, Siqueo,

comparte sus cuitas y su amor iguala.[...]



Eneida,Virgilio

sábado, 2 de enero de 2010




Ya hace de esto nuevamente una temporada, muchas cosas han sucedido desde entonces y se han modificado, sólo puedo recordar algunas concretas de aquella noche, palabras sueltas cambiadas entre los dos, momentos y detalles eróticos de profunda ternura, fugaces claridades de estrellas al despertar del pesado sueño de la extenuación amorosa.Pero aquella noche fue cuando de nuevo por ver primera desde la época de mi derrota me miraba mi propia vida con ojos inexorablemente brillantes y volví a reconocer a la casualidad como destino y a las ruinas de mi vida como fragmento celestial. Mi alma respiraba de nuevo, mis ojos veían otra vez, y durante algunos instantes volví a presentir ardientemente que no tenía más que juntar el mundo disperso de imágenes, elevar a imagen el complejo de mi personalísima vida de lobo estepario, para penetrar a mi vez en el mundo de las figuras y ser inmortal. ¿No era éste, acaso, el fin hacia el cual toda mi vida humana significaba un impulso y un ensayo?


“El lobo estepario”, Hermann Hesse