lunes, 27 de febrero de 2012




Me gustaba tu desorden en aquella habitación de hotel. Ver la cama deshecha antes de que llegara la camarera de la habitación. Tus calcetines encima de mi ropa y tu ropa interior por el suelo como si la confianza nos hubiera ganado la partida. Doscientas cuarenta horas en las que como un escaparate me vi dentro de tu vida. El reproche a tu desorden no era sino mi manera de gritarte que siguieras conmigo, imaginándote en aquella cotidianidad.

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