domingo, 22 de marzo de 2009
Pequeña vida melancólica
¡AH, PRINCIPITO!, cómo he ido comprendiendo lentamente tu vida melancólica! Durante mucho tiempo tu única distracción fue la suavidad de las puestas de sol. Este nuevo detalle lo supe al cuarto día, cuando me dijiste:
-Me gustan mucho las puestas de sol; vamos a ver una puesta de sol…
-Tendremos que esperar…
-¿Esperar qué?
-Que el sol se ponga.
Pareciste muy sorprendido primero, y después te reíste de ti mismo. Y me dijiste:
-Siempre me creo que estoy en mi casa..
En efecto, como todo el mundo sabe, cuando es mediodía en Estados Unidos, en Francia se está poniendo el sol. Sería suficiente poder trasladarse a Francia en un minuto para asistir a la puesta del sol, pero desgraciadamente Francia está demasiado lejos. En cambio, sobre tu pequeño planeta te bastaba arrastrar la silla algunos pasos para presenciar el crepúsculo cada vez que lo deseabas…
-¡Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces!
Y un poco más tarde añadiste:
-¿Sabes?... Cuando uno está verdaderamente triste son agradables las puestas de sol.
-¿Estabas, pues, verdaderamente triste el día de las cuarenta y tres veces?
El principito no respondió.
sábado, 14 de marzo de 2009
Capítulo 20
-No -dijo Oliveira-. No queda nada.
En el rellano gritaba la del tercer piso, borracha como siempre a esa hora. Oliveira miró vagamente hacia la puerta, pero
-¿Por qué te afligís así? -dijo Oliveira-. Los ríos metafísicos no pasan por cualquier lado, no hay que ir muy lejos a encontrarlos. Mirá, nadie se habrá ahogado con tanto derecho como yo, monona. Te prometo una cosa: acordarme de vos a último momento para que sea todavía más amargo. Un verdadero folletín, con tapa en tres colores.
-No te vayas -murmuró
-Una vuelta por ahí, nomás.
-No, no te vayas.
-Dejáme. Sabés muy bien que voy a volver, por lo menos esta noche.
-Vamos juntos -dijo
Pero Oliveira quería salir solo. Empezó a librar poco a poco las piernas del abrazo de
-El canalla soy yo -dijo Oliveira-. Dejáme pagar a mí. Llorá por tu hijo, que a lo mejor se muere, pero no malgastes las lágrimas conmigo. Madre mía, desde los tiempos de Zola no se veía una escena semejante. Dejáme salir, por favor.
-¿Por qué? -dijo
-¿Por qué que?
-¿Por qué?
-Ah, vos querés decir por qué todo esto. Andá a saber, yo creo que ni vos ni yo tenemos demasiado la culpa. No somos adultos, Lucía. Es un mérito pero se paga caro. Los chicos se tiran siempre de los pelos después de haber jugado. Debe ser algo así. Habría que pensarlo.